Hacía como una semana que le estaba enseñando al Nippur a traer un palo que le tiraba.
Pero el hombre no colaboraba. A veces lo traía, sí; pero si no tenía ganas, uno se podía volver viejo tirándole el dichoso palo, que ni una olfateada le daba.
Yo quería que lo trajera siempre, no quería ir a mostrarle al tío y que el bicho me quedara mirando.
Así que practicábamos, o por lo menos, lo hacíamos mientras a él le duraba el entusiasmo.
Y un día, al final el Nippur le agarró la mano a la cosa. Estuvo casi toda la tarde trayéndome el palo que le tiraba.
Allá nos fuimos a lo del tío Gabino, muy orgulloso yo, muy contento él.
Cómo le va, don Ramos, dijo el tío al vernos. Salí de acá, cusco, le dijo a Nippur, que ni se dio por aludido.
El tío siempre lo recibía con algo parecido, pero más por costumbre que por otra cosa; no lo decía en serio y ambos nos habríamos sorprendido si mi perro le hubiera hecho caso.
– Tío, le enseñé una cosa al Nippur, enseguida la aprendió.
El me miro como sí no creyera mucho eso que lo hubiera aprendido rápido.
– Ta, tuvimos que practicar un rato, pero aprendió.
El tío le dio una mirada a mi perro, incrédulo. Él lo miró y giró la cabecita, como si de esa manera entendiera por que el viejo lo miraba tanto.
– A ver…
Yo me paré y lo miré como diciendo: Agárrese que ahora va ver algo que lo va dejar seco.
Saqué el palo del bolsillo de atrás, lo había puesto ahí para que el tío no pudiera verlo antes y no tuviera idea de lo que iba a pasar, le llamé la atención al Nippur y cuando me miró tiré el palo lo mas lejos que pude.
Lo seguí con la mirada casi hasta que cayó; allá, bien lejos.
Pero del Nippur ni noticia.
Yo no esperaba que lo pescara en el aire, pero por lo menos quería verlo aparecer, mientras corría alto del piso para traerme el palo.
Sentado al lado del tío estaba.
Y parecía que se aguantaba las risas tan mal como el viejo.
Me di vuelta sin decir nada y crucé medio patio hasta donde estaba el dichoso palo. Me costó encontrarlo, aunque lo había seguido con la mirada. Para peor, estaba entre un rosal silvestre de la mama y me arañé.
Volví y no los miré hasta estar al lado. Nippur seguía paradito al lado del tío, de cabecita ladeada me miraba.
– Culpa mía – dije, con el tono más tranquilo que pude sacar – no le llamé la atención.
– Claro, claro – dijo el tío – Pobre animal no sabía que usté le iba a pedir eso. Llámelo ahora, a ver qué pasa.
Pero me había entrado la preocupación; ¿y si el Nippur me fallaba?
El tío no se me iba a reír, se iba a aguantar y eso era peor.
Estaba en ese dilema cuando mi padre me llamó.
– Mijo, ¿vamo al fúbol?
Medio me aburría el fúbol, pero esa vez me pareció lo más divertido del mundo.
– Pa, tío. ¡Justo me llaman ahora! ¡Qué se le va hacer! – Y me fui medio corriendo, no fuera que a mi padre se le ocurriera ofrecerme quedar.
– Vaya nomás, mijo – dijo el tío a mis espaldas. Se le notaba la risa en la voz…
No me aburrí tanto en el fúbol esa vez. Había uno jugaba pila y Papá estaba contentísimo.
Como para no, ¡el hombre había metido tres goles!
¡Y al Wanderers!
Mi padre era hincha del Independencia, así que yo también era, aunque no ganábamos nunca.
Estar ganando y encima a un cuadro grande era rarísimo, daba para estar chocho de la vida.
Yo tenía que saber el nombre de ese jugadorazo, así le contaba al tío.
Cuando terminó el partido y entre abrazo y abrazo, le pregunté a Papá.
– ¿Ese? ¡Ese es Gardel y Lepera mijo! ¡Gardel y Lepera!
A mí me parecía medio raro el nombre Gardely para un hombre, pero el cristiano acababa de meterle tres al Wanderers. Mientras siguiera metiendo goles, podía llamarse como quisiera.
Cuando llegábamos a casa, el Nippur nos salió a esperar. Mi padre hasta lo acarició de tan contento que estaba.
El bicho me miró con una cara de sorpresa que parecía un cristiano, luego me siguió hasta lo del tío, haciéndome fiesta.
– Por cuanto perdieron esta vez, Julito?
– No señor, le dije mientras agarraba el palito del Nippur, ganamos.
– Que milagro, dijo.
Se ve que a Nippur también le sentó bien el triunfo del Independencia; porque en cuanto le tiré el palo, salió como una flecha y me lo dejó en los pies.
Yo me hice el que siempre pasaba eso, y le dije al tío, lo que pasa es que hay un jugador nuevo, un tal Gardely.
El tío Gabino me miró extrañado.
– Si – dije, mientras volvía a tirarle el palo a Nippur – Gardely Lepera, un jugadorazo. –
Creo que esa fue la vez que más se me asustó el Nippur. Porque cuando me dejaba por segunda vez el palo cerca de los pies, el tío Gabino pegó un alarido que nos hizo saltar del susto.
Jua Jua Jua, se reía el viejo, las lágrimas le corrían por las mejillas.
Hasta tuve miedo que se cayera del taburete.
– Gardely Lepera? ¡Debe ser un jugadorazo! – Trataba de parar, pero al rato volvía a tentarse y largaba la carcajada.
Mi padre me llamó y me fui a casa sin entender mucho.
Pero por lo menos el Independencia había ganado, y yo lo había visto.