Dije que algunos de mis hijos precisaban de nombrar las cosas para hacerse dueños de ellas. Nombrar es una forma de apropiarse, de dar a la realidad la forma que deseamos que tenga. Y fueron mis hijos, los que crearon El Libro, quienes no pudieron imaginarme.
No pudieron verme; no podrían, no.
Pero su amor era más grande que la ceguera de sus sentidos y crearon una forma para mí, una hecha a su imagen y semejanza, pues era la única que podían ver, que podían sentir en sus corazones. Porque precisaban la seguridad que da amar y sentirse amados.
Mas es difícil amar lo que no se comprende.
Entonces, se convencieron que la creación era lo que creyeron que era, que el origen de la vida es el mismo que el origen de sus vidas.
Porque necesitaban hacerlo, necesitaban nombrarme, darme forma, necesitaban, en última instancia, crearme. Mas, ¿Qué padre regaña a sus pequeños si el dibujo que hicieron no es fiel al modelo? ¿Qué madre lo haría, cuando sabe que sus hijos son ciegos?
No soy uno, hijo mío, tampoco una.
Yo soy.