Ya es hora

Tosió de nuevo.

Meneó la cabeza y un rictus de dolor se le escapó cuando intentó asomarse a ver si le habían oído.

Nada se veía alrededor y se dejó deslizar nuevamente tras los escombros
Algún día tendría que terminar, se dijo, siempre lo había sabido.

Incluso cuando, un par de décadas atrás recién comenzaba; lo único seguro era que todo acababa, tarde o temprano.

Eso lo sabía desde hacía años, pero, con estos, otra convicción había comenzado a crecer dentro de su mente, pero, sobre todo, en su espíritu.

La muerte no era lo único que, a la larga sobrevendría, el caos también.
Y en el caos era donde Gotham se había hundido en las últimas semanas. Tanto horror y tanta locura que sólo una mente podía estar detrás de todo ello.

Alguien que le conociese como nadie y que habría tenido la paciencia de haberse mantenido en silencio, alejado de la acción desde que todo comenzara.

Pero ¿por qué no aparecía ya? ¿por qué no venía a darle el tiro de gracia?
No dejaría que ningún esbirro de baja calaña terminase lo que había sido el trabajo de toda su vida.

Mientras que Gotham había sido el trabajo de mi vida, pensó, yo fui el suyo y, en cierta forma, fuimos necesarios el uno para el otro.

No se podía pensar en Batman sin pensar en el Joker; no se podía pensar en Bruce sin pensar en Arthur…

Creo que ya casi no tenemos secretos, dudo incluso que, desde hace años, no tenga clara mi identidad.

Trató de acomodarse para respirar mejor, pero ni siquiera su fuerza de voluntad pudo contener el grito ahogado que dejó escapar.

Esta vez la flema que escupió al toser tenía el color de la sangre.
Ese lunático debe haber calculado mal el número de cargas necesarias para tirar abajo el edificio pensó. Tanto que el colapso fue tan rápido que me atrapó dentro…

Había conseguido lanzar sus cables pero todavía le faltaba un metro hasta la ventana cuando un gran bloque de cemento le cayó encima.
A último momento logró girar en el aire y evitar una muerte por aplastamiento instantánea, pero eso sólo significó dilatar sus últimos momentos.

Aun cuando llegaran a tiempo para rescatarle, su traje estaba monitorizado continuamente y, ante cualquier fluctuación grave de sus signos vitales, las alarmas atronaban en la cueva, en esta oportunidad no creía poder sobrevivir a sus heridas
Su voluntad le había hecho recuperarse, y a una velocidad casi milagrosa, de situaciones que habrían costado la vida de muchos otros, pero ahora esa voluntad tenía un matiz de duda y, ¿por qué no? de resentimiento que nunca había estado allí.


Gotham le debía la vida, se podría decir, pero como a cualquier niño al que se le permiten demasiadas rabietas, con el tiempo se vuelve caprichoso y desagradecido.

La ciudad se hundía en el caos, la sordidez y la corrupción que, cuál una gangrena, se extendía lentamente, reptando con sus dedos tísicos y mancillando todo lo que alcanzaba.

Oyó pasos detrás de él y se puso en tensión, logró mantenerse largo rato en silencio, inmóvil, pero la tos roja le volvió a asaltar.

Una risilla aguda, desdeñosa y muy, muy conocida respondió a sus espasmos.
– Creo que es el momento, Bruce, amigo…


Sin poder moverse, el hombre de negro vio a su némesis rodear los escombros y sentarse casi junto a él.

Desconfiado como era, lo hizo a una distancia prudente, que le ponía a salvo de alguna sorpresa.

Se miraron un momento, reconocieron en el otro las mismas marcas que el espejo les devolvía cada día. Ya no eran jóvenes, ni siquiera adultos que suplían con experiencia la falta de ímpetu juvenil.
Eran hombres entrados en años, los ojos tan faltos de brillo como los de dos viejas prostitutas.

– Sí. – repitió – Creo que ha llegado el momento…


Bruce llevó su mano, lentamente, hasta su cinturón pero se detuvo al ver que su enemigo lo miraba sin interés.

No, se dijo, no sin interés, sino sin tensión. Como si estuviera seguro de que no podía lastimarlo, como si no representarse peligro, como si ya no le temiese.

Pero el psicópata, aunque pocas veces había demostrado temor, sí le había mostrado el respeto que se dos viejos enemigos se profesan. Una especie de retorcido pacto de caballeros que, en este momento estaba ausente.

Volvió a reír y Batman vio con espanto que su risa era interrumpida por un acceso de tos que le sacudió el cuerpo todo. Sacó un pañuelo del puño de su chaqueta, un ridículo pañuelo blanco, de un blanco inmaculado con delicados bordados a los lados, y lo pasó por la comisura de los labios.

Dos líneas carmesí, dos nítidas líneas rojas atravesaban la tela…

La gran C, jujujú – rió sin rasgo alguno de diversión.



Bruce le observó nuevamente, callado, hasta que Arthur volvió a caer presa de la tos que provocaba lo que carcomía sus pulmones.

Sus ojos se encontraron y largo rato se miraron en silencio.

– Es la hora… – dijo el hombre de negro, y ambos asintieron.


Arthur extrajo una granada de entre sus ropas y se la extendió.
Bruce tiró de la anilla y volvieron a mirarse.

Lo hicieron por el resto de sus vidas.

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