¿A quién debería hacerle caso, doña Clelia?
La vieja no cambió la expresión con que la había escuchado todo aquel tiempo. Durante todo el
relato de una vida de desamores, destratos y, en ocasiones, maltratos.
– Busca un espejo antiguo, – dijo – siéntate junto a él durante dos horas y verás por fin a quién
deberías amar.
Volvió a casa preocupada. ¿Dónde encontraría un espejo antiguo, qué tan antiguo, de qué tamaño? Muchas preguntas, tantas que aparecieron en su mente como si fuesen una sola.
Retorciendo sus dedos con nerviosismo preguntó a su madre y esta la miró con a aquella mezcla
de decepción y fastidio que parecía reservar sólo para ella.
Ese que está ahí ya era viejo cuando tu padre no había empezado a caminar. No sé si será
antiguo, pero viejo es, sin duda.
Pensó y pensó hasta resignarse. No estaba segura de que aquel espejo roto fuera antiguo, pero tampoco estaba muy segura de cuál era la diferencia entre aquello y algo que era simplemente viejo.
Serviría, decidió.
Pero debió esperar un par de días hasta tener la casa a su disposición por el tiempo que la
curandera le había recomendado. Su madre salió a trabajar y no volvería hasta la noche. Ella
misma tendría que hacerlo pasado el mediodía, pero tenía toda la mañana para ella y el espejo.
Y la cocina, naturalmente, y la limpieza y el orden.
Se sentó frente al espejo y lo miró largo rato. Notó las partes, varias, donde faltaba el fondo y la luz atravesaba el vidrio.
La mujer que le devolvía la mirada habíe nvejecido temprano. La comisura de sus labios se había arqueado hacia abajo y la piel en su cuello no era tirante como en su juventud.
No era raro que los hombres no le duraran; algunos se quedaban un tiempo, pero otros no pasaban de una noche.
Su madre tenía razón, nunca había sido más que una tonta. Ahora se estaba quedando, además, vieja y fea.
No tenía sentido preguntarse qué candidato elegir (tampoco los tenía) cuando ningún hombre en su sano juicio la elegiría.
¿Y cuánto tiempo eran dos horas? ¿Cómo iba a saber cuándo habría de aparecer aquel a quien
debía amar?
De repente se dio cuenta de que el sol ya estaba alto, casi en la vertical, y no había limpiado,
cocinado, ni se había alistado para ir a trabajar.
Hizo sus tareas con los ojos húmedos, furiosa por haber creído en aquella vieja, por no tener un
espejo antiguo, por animarse a tener esperanza.
Mientras el espejo, ajeno y objetivo, le devolvía a veces el reflejo de la persona que debía aprender a amar.