Cuando fui chofer del Papa

Resulta que, como la cosa estaba complicada por acá, tuve que ir a probar suerte a Italia.

Hice mucho dinero con mi fábrica de lacas y pinturas

Pinturas Gamo.

Son pinturas de gran calidad, aunque, debo reconocer, parte del negocio no marchó.

Las lacas no funcionaron.

Por alguna razón la gente se resistía a comprar la Laca Gamo.

Estaba tan necesitado de dinero y trabajo (mi apego al trabajo sólo se compara a mi modestia) que acepté el primer empleo que me ofrecieron.

Vendedor de refrescos.

Yo vendía Refrescos Perla, en sus cuatro sabores:

Perla Lima-Limón

Perla Pomelo

Perla Naranja.

Y la que más me pedían las mujeres, el sabor Cola.

Me paré en la única salida de Roma.

Fue difícil encontrarla, no hay muchas salidas de Roma.

Todos los caminos conducen a Roma.

Pero como yo debía ser el único allí, pensé que me iría bien.

Los hombres pedían de todos los sabores (la llamaban Péerla. Muy de estirar las letras los tanos)

Las mujeres sólo pedían cola; Dame Perla-Cola per favore.

De repente, al lado de donde estaba parado, se abre un tremendo portón y sale uno medio vestido de cura.

Lloraba el hombre.

– ¿Qué le pasó signore? le pregunté.

– No, me dice. No lo quiero contare. E molto triste.

Yo de italiano agarraba poco, pero igual entendí bastante.

– Cuénteme, mi amico, desahoguesé.

– En cueste Vaticánolo sono tutto uno malepensado.

– ¿Pero perqué dice que son malepensados? – le pregunté.

– Oggi me levanté sintiéndome penómeno, entonces agradecí al signore.

Cuando bajé a desayunare, les dije a tutti:

¡Oggi me siento uno bambino!

Pero con todos los pederasti que hubo, me interpretaron male.

¿Come que te va sentare un bambino? ¡Degeneratto, mascalzone!

Y me echaronno.

Y estoy acui, sine trabaco y male visto per tutti.

– ¿Y cuál era el lavoro que tu tenía en el vaticánolo? Pregunté, fascinado por cómo me estaba desenvolviendo en un idioma extranjero.

– ¿Ío? era chofere dil Papa.

El mundo es de los que se animan, así que le digo:

– Hagamo cuesto. Tú me vende los jugo (sabore cola no queda piu) y yo le maneco al Papa.

– Buono. – me dice – Pregunta por il monseñore Buonanotte y capá que te da el lavoro y tutti.

Y allá me metí confiado.

Conseguí el trabajo.

Llevé a su Santidá por todos los pueblos de Italia, estuvimos por Sammartini, Santorini, Lambertini, Etcetericini.

Un crá el Papa. Conversábamos y todo.

Pero nada de mirar a las mujeres.

Yo las miraba por los dos, porque las tanas hablarán en italiano, pero están todas buenas.

En una, el Papa me dice: Culio, Caro (re amarrete se ve que era, porque meta decirme que le parecía caro yo), io te veo buono e lavoradore.

– Gratzie, pádere.

– No, none diga gratzie que todo e vero. ¿Culio, tu podere guardare un secreto?

– Ma cóme no, su santidade, cuente.

– Me encanta manecare. ¿Posso manecare cuesto auto ?

Al Papa no se le dice que no y menos yendo de Roma al Vaticano, que es un trayecto larguísimo.

Se te emburraba, se quedaba callado y te aburrías todo el viaje.

– Pero como no, signore, faltaba mase.

Entonces intercambiamos lugares.

Chocho de contento el Papa.

Y le gustaba la velocidad. Lo pisaba al Lancia.

Yo sentado atrás, como un campéon, tomando vino y comiendo hostias, que son como las Lays, pero sin sabor ninguno.

De repente miro el cuentakilómetros…392 km por hora.

Y nos pasan dos carabinieri (les dicen así a los milico allá) y meta hacerle seña a su santidá para que parara.

¡Paaaah! – pensé yo – ¡De ésta no nos salva ni Dió!!

Pero no se lo dije al Papa, porque él le tiene una fe bárbara.

Su santidad afloja la velocidad y para.

Los milicos pararon atrás y mientras venían le dije al Papa: Qué macana, su santidá, nos van a multar.

– Culio, hijo, ten confianza en Dio. – me dice.

Yo tenía más confianza en un billete de cien euros en la libreta de la propiedá.

Se lo iba a decir al Papa pero los carabinieri ya estaban arriba nuestro.

El primer milico lo mira al Papa, me mira a mí, lo vuelve a mirar la Papa y dice:

– ¡CIRCOLARE, CIRCOLARE ! Aquí no ha pasado niente.

Y apurado se lo llevó al otro.

Yo no lo podía creer.

El Papa se sonrió y me dice:

– ¿Viste Culito querido (no me gustaba que me llamaran así), no te dije que había que tenere fe?

Allá atrás, un milico le preguntaba al otro: ¿Perqué los dejaste ire? ¿Era molto importante?

– ¡¡Imaginate cómo sería de importante que el Papa era il suo chofere!!

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