Albino

Si mi primo Albino quería algo en esta vida, eso era ser famoso.

No importaba mucho en qué, la cosa era que su nombre apareciera en un cartel, cuanto más grande, mejor. Y no te digo cuando se enteró que en otros lados se hablaba otros idiomas. Claro, porque si uno vive en Artigas que el cartel se te escriba en español o brasilero es casi lo mismo.

Entonces el Albino quería ser famoso en tres, cuatro idiomas o más, no sé. Los ojitos del primo brillaban cuando te contaba.

Y a uno hasta ganas de que le fuera bien le daban. 

Entonces ¿no va un día el hijo del vecino y se abre una pierna con un alambre?

¡¡Lo que sangraba ese gurí!! 

Y mirá que no era un gurí gordo ni nada, flaquito nomás. Pero sangraba que daba gusto. 

Y como Albino tenía bicicleta (había probado de ser ciclista famoso pero no tuvo suerte) le ataron un carrito atrás y allá fueron. Ligerito para el hospital.

Y como todos los días se aprende algo ese día mi primo se enteró que había transfusiones de sangre. Vos ibas, te sacaban unos litros de sangre y se la ponían al hijo del vecino cuando se abría la pierna. 

Un espectáculo. 

Y así, sumando su búsqueda de fama con las ganas de ayudar fue que el primo Albino decidió ser el más grande donador de sangre de la historia. 

Pero, hombre de atar todos los cabos, primero tenía que saber cuánta sangre había donado el futuro segundo mayor donante del mundo.

– Dotor, el que donó más sangre, ¿cuántos litros le sacaron? – el médico, que iba de una sala a otra, ni siquiera cambió el paso.

Pero si algo tenía Albino, además de querer ser famoso, era ser insistidor, así que, cada vez que el pobre médico pasaba, volvía a preguntarle cuántos litros había donado el que todavía tenía el récord. 

El doctor, que aunque no pareciera, era gente, se hartó de tanta pregunta estúpida y respondió lo primero que se le vino a la mente. 

– No estoy seguro, pero menos de diez litros, sin duda.

Mientras pedaleaba de vuelta a casa, mucho más liviano porque había dejado el gurí en el hospital, Albino se dijo que si el récord era diez, él iba a donar doce, sólo para demostrar que iba sobrado.

Y quiso añadirle una dificultad a la tarea, cosa de ponérsela más difícil a cualquiera que intentase arrebatarle el trono. 

Así que decidió sacarse los doce litros de sangre en la comodidad de su hogar y llevarlos luego al hospital.

Así, no sólo se llevaría los laureles sino que nadie más compartiría su éxito.

Puso las tres damajuanas (de cinco litros cada una, porque Albino era tan previsor como optimista) junto al sillón, se sentó, agarró una manguera que ató al tajo que se había hecho y pronto, a hacer historia. 

Justo es decir que no la alcanzó del modo que quisiera, ya que, de haberla recibido, su gloria habría sido póstuma. Pero, años después, el circo de los hermanos Kroner (del que nadie tenía idea cómo se había hecho con el finadito Albino) mostraba a su asombrado público, su mayor atracción.

¡¡Albus White, The human butifarra!!

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