Resulta que mi tío Artemio no era muy amigo del agua.
No si no se presentaba en forma de cubitos.
Los demás tíos le decían que no podía ser así, que avergonzaba la familia.
– Tenés que ser como nesotro, Artemio, que se bañamo. Dos vece al año, aunque no haga falta, se bañamo.
Tanto insistieron que quedaron bien arrepentidos cuando, en pleno primer baño, el finadito tío Artemio se ganó ese título.
– Si no le estaríamos diciendo de bañarse, el Artemio taría vivo, todavía.
Hablaban así por telúricos que eran nomás, porque amaban la tierra. Excusa que usaban cuando los invitaban a bañarse.
– No, señor, amo a mi tierra y la llevo pegada. –
Pero el tío Artemio no era así. Trabajaba en los viñedos de Artigas. Cerca de Masoller.
El tío tenía un puesto de importancia. Barría. Pero no sólo dónde se veía, Donde no se veía también, aunque no hubiese alfombras.
Un día viene el gerente, que según el tío no sabía nada, y le dice: ¿Don Ramos, no se me anima a lavarme ahí los barriles?
Mi tío no le tenía miedo al trabajo. No señor. Le mandaban hacer algo y él se quedaba un rato largo quietito, pa’ demostrar que no se amedrentaba.
Valiente, el hombre.
Uno no se quedaría parado delante de un tren o de un tigre furioso. No, porque les tiene miedo.
El tío se paraba ahí, horas delante de un trabajo urgente, sólo pa’ dejar en claro que no le tenía miedo al trabajo.
Bueno, el gerente le pidió que le lavara los toneles y allá fue mi tío.
Y lavó las duelas (así se llaman los palos de los barriles) por afuera.
Tan bien lo hizo que hasta borró los carteles con los nombres de los vinos y las fechas.
Pero él sabía de vinos, así que agarró y les puso todos los nombres que sabía.
Le puso 1924 que fue cuando Uruguay salió campeón olímpico.
Muy del deporte y muy patriota mi tío, para qué negarlo.
Y estaba tan contento que decidió lavar los toneles por dentro también.
Si hago treinta, hago treinta y uno, dijo. Así que agarró la escalera y la apoyó en el barril “Clarete de la casa” cosecha 1924.
Pero le costaba subir con todos los cuestiones, así que dijo: mejor agarro y llevo sólo el jabón.
Y ta, bajó y dejó todo lo demás. Pero allá arriba no había lugar para pasar, así que le sacó la tapa al barril y se metió.
El tío era muy trabajador, pero muy distraído también, así que olvidó que, aunque parecía mentira, en una viña los barriles a veces tienen vino.
Así que, cuando revoleó la pierna, cayó en dos metros y medio de vino.
Con el estruendo vino gente de toda la bodega, para ver que estaba pasando, y lo encontraron al tío Artemio, braceando en el clarete.
La verdad sea dicha, como un tigre se defendió el tío a todos los intentos de sacarlo.
Tanto se resistió que, al final, se ahogó nomás.
Pero les dejó un vino que era un lujo, doce mil botellas del famoso “Clarete de la casa, 1924″.
Eso sí, hubo que velarlo de cajón cerrado, pobre tío, no quedaba bien que tuviera esa sonrisa de oreja a oreja en el propio velorio.
Y menos en el velorio de él mismo.
Pero peor fue cuando le cumplieron la última voluntad, que era ser cremado.
Con todo el alcohol que tenía tío Artemio adentro, el horno empezó a agarrar una temperatura que no se podía estar cerca, brillaba la chimenea.
Un faro parecía.
El horno quedaba cerca del río Cuareim, así que, con la luz que largaba la chimenea, pila de gente bajó esa noche a pescar a la encandilada.
De boca abierta, los pescado.
Bueno, abrían y cerraban, pero estaban bien sorprendidos, animalitos de Dios.
Chimenea así de brillante, no debían tener visto.
Todavía se recuerda, allá en Artigas.
Pero es un recuerdo agridulce, porque, que el tío necesitaba un baño, era cierto.
Pero andar muriéndose así, en pleno horario laboral…
Mirá sí la familia quedaba marcada de desprolija.