Cuando hay niebla no se ve tan lejos
Uno de los paseos que más nos gustaba, a Nippur y a mí, era ir al predio de la arrocera; allá, donde el tío Gabino había aprendido a andar en bicicleta. Podíamos jugar, saltar, revolcarnos en las cáscaras de arroz, muertos de risa, sabiendo que no había nada con lo que pudiéramos golpearnos. Cuando uno puede jugar sin preocuparse por su seguridad, la cosa se pone divertida bien rápido. Pero también se pone cansadora y, Read More …